viernes, 14 de septiembre de 2012

PETER HIGGS Y SU DESCUBRIMIENTO: BOSÓN DE HIGGS.


“Sorprendido”. Así describe su estado de ánimo el hombre de momento, Peter Higgs. “Nunca pensé que esto ocurriría estando yo con vida”. Nada le hacía presagiar hace cerca de 50 años que este momento llegaría tan pronto, “sobre todo porque al principio no sabíamos qué teníamos que buscar. Estoy sorprendido de que haya llegado tan rápido”, confiesa.

En 1964, Higgs describió con la sola ayuda de un lápiz y un papel las ecuaciones que predicen la existencia de una partícula nunca vista, pero necesaria para que funcione el Modelo Estándar sobre el que se basa la física actual. Ahora se pregunta: “¿Podríamos decir que es suficiente para la declaración de un descubrimiento?”. Parece que ser que sí.

El físico asegura que esta verificación de lo que parece ser la existencia del Bosón de Higgs, “es sólo el comienzo”. Apunta a que el hallazgo podría ser “más interesante de lo que aparenta a simple vista”.

No obstante, explica que “hay muchas cosas que faltan por medir. Eso será una forma de adentrarnos en la física más allá del modelo estándar y eso será lo verdaderamente importante”.




Como cualquier otra cosa en la mecánica cuántica —la física de lo muy pequeño—, el bosón de Higgs tiene una naturaleza dual: es a la vez una partícula y un campo ondulatorio que permea todo el espacio.

Así que el bosón de Higgs, la partícula que acaban de detectar en el CERN, es también un campo de Higgs que permea todo el espacio. Según la cosmología moderna, ese campo es un residuo directo del Big Bang. El campo de Higgs fue la primera cosa que existió una fracción de segundo después del origen de nuestro universo, y la que explica no solo las propiedades de este mundo —como la masa exacta de todas las demás partículas elementales—, sino también su mera existencia.

El campo de Higgs fue el hacedor del bang, o de la inflación formidable que convirtió un microcosmos primigenio de fluctuaciones cuánticas en el majestuoso cielo nocturno que vemos hoy. Cada galaxia, y cada supercúmulo de galaxias, nació como un grumo microscópico en la jungla cuántica que ocupó el lugar de la nada en el primer instante de la existencia, como una ínfima fluctuación en la Bolsa de valores del vacío, amplificada hasta el tamaño de Andrómeda o de la Vía Láctea por la vertiginosa expansión —o inflación— del universo impulsada por el campo de Higgs.




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